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14 ago 2009

Theodor Adorno, educar después de Auschwitz


Bajo este título, el 18 de abril de 1966 Theodor Adorno pronunció por radio una conferencia sobre la cuestión educativa. Allí el filósofo alemán planteaba una tarea central para la escuela luego de la Segunda Guerra Mundial: “Que Auschwitz no se repita”.

Para Adorno resultaba incomprensible la escasa importancia que la educación le había prestado a un acontecimiento tan insoslayable para la especie humana, para su historia, su presente y su provenir; sobre todo, cuando las tendencias sociales que provocaron la caída en la barbarie continuaban tan fuertes como entonces.

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Cuando Theodor Adorno se refería a educar después de Auschwitz, tenía en mente dos cuestiones: una, comenzar desde la primera infancia; la otra, llevar adelante una “ilustración en general llamada a crear un clima espiritual, cultural y social que no permita una repetición”. Adorno, siguiendo la línea de pensamiento inaugurada junto a Max Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo, consideraba que la barbarie no había sido una desviación de la tendencia general del progreso “supuestamente en marcha”, por el contrario, era “la expresión de una tendencia social extraordinariamente poderosa”. Tan poderosa, que la posibilidad de cambiar sus presupuestos sociales y políticos era muy limitada y sólo se podía, por el momento, trabajar sobre “las psicología de las personas”, su subjetividad. Para Adorno, la lucha contra esa subjetividad que produjo y se desplegó en Auschwitz, debía comenzar por un combate contra la parte insensible del carácter humano: “Las personas tienen que ser disuadidas de golpear hacia fuera sin reflexionar sobre sí mismas”.

Para el autor de Dialéctica Negativa, la educación tendrá sentido en la medida en que pueda convertirse en “autorreflexión crítica”. Adorno creía, basándose en los aportes del psicoanálisis freudiano, que durante la primera infancia se conformaban los fundamentos del carácter de las personas. Por eso mismo, su propuesta era que la educación destinada a impedir la repetición del terror debía centrarse en ese período. El objetivo era aplacar las tendencias regresivas provocadas por un sistema social que le impide al sujeto angustiarse ante la realidad que le toca vivir. Permitir el despliegue de la angustia, pensaba Adorno, probablemente reduciría los efectos devastadores que provoca su carácter inconsciente y desviado.

Volver a los postulados de Adorno sobre la cuestión educativa, constituye un paso obligado a la hora de reflexionar acerca del rol que debe jugar la escuela luego de la implementación del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar. Si la máxima de Adorno era que Auschwitz no se repita, la aplicación de sus reflexiones a nuestro presente educativo, podría resumirse así: “Que la ESMA no se repita”.

Theodor Adorno nació en la ciudad de Frankfurt, Alemania, en 1903. Criado en una familia de clase media acomodada, pudo adquirir una sólida formación intelectual y estética. Estudió filosofía, sociología, psicología y música en la Universidad de Frankfurt. En 1924 obtuvo su título con una disertación sobre Edmund Husserl. Posteriormente, prosiguió su formación musical en Viena junto a Alban Berg y Arnold Shoenberg, con el objetivo de dedicarse plenamente a la composición musical. A su regreso a Frankfurt se incorpora al Instituto para la Investigación Social, de raíz marxista, el cual debe abandonar junto a la mayoría de sus miembros debido al ascenso del nazismo y la persecución que sufrieron muchos intelectuales. Luego de residir en varias ciudades, se instala en forma definitiva en la ciudad de Nueva York. En 1949 regresó a Alemania y asumió el cargo de director del Instituto donde continuó con su trabajo intelectual. Falleció el 6 de agosto de 1969 en Suiza.

Fragmento*:

La exigencia de que AUSCHWITZ no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla. No acierto a entender que se le haya dedicado tan poca atención hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo sucedido. Pero el que se haya tomado tan escasa conciencia de esa exigencia, así como de los interrogantes que plantea, muestra que lo monstruoso no ha penetrado lo bastante en los hombres, síntoma de que la posibilidad de repetición persiste en lo que atañe al estado de conciencia e inconsciencia de estos.

Cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con este: que AUSCHWITZ no se repita. Fue la barbarie, contra la que se dirige toda educación. Se habla de inminente recaída en la barbarie. Pero ella no amenaza meramente: AUSCHWITZ lo fue; la barbarie persiste mientras perduren en lo esencial las condiciones que hicieron madurar esa recaída. Precisamente, ahí está lo horrible. Por más oculta que esté hoy la necesidad, la presión social sigue gravitando. Arrastra a los hombres a lo inenarrable, que en escala histórico-universal culminó con AUSCHWITZ.

Entre las intuiciones de FREUD que con verdad alcanzan también a la cultura y la sociología, una de las más profundas, a mi juicio, es que la civilización engendra por sí misma la anti-civilización y, además, la refuerza de modo creciente. Debería prestarse mayor atención a sus obras EL MALESTAR EN LA CULTURA Y PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO, precisamente en conexión con AUSCHWITZ. Si en el principio mismo de la civilización está instalada la barbarie, entonces la lucha contra esta tiene algo de desesperado.

La reflexión sobre la manera de impedir la repetición de AUSCHWITZ es enturbiada por el hecho de que hay que tomar conciencia de ese carácter desesperado, si no se quiere caer en la fraseología idealista. Sin embargo, es preciso intentarlo, sobre todo en vista de que la estructura básica de la sociedad, así como sus miembros, los protagonistas, son hoy los mismos que hace veinticinco años. (Conferencia propalada por la Radio de HESSE el 18 de abril de 1966). Millones de inocentes –establecer las cifras o regatear acerca de ellas es indigno del hombre-- fueron sistemáticamente exterminados. Nadie tiene derecho a invalidar este hecho con la excusa de que fue un fenómeno superficial, una aberración en el curso de la historia, irrelevante frente a la tendencia general del progreso, de la ilustración, de la humanidad presuntamente en marcha.

Que sucediera es por sí solo expresión de una tendencia social extraordinariamente poderosa. Quisiera referirme, en este contexto, a un hecho que, muy significativamente, apenas parece ser conocido en ALEMANIA, aunque constituyó el tema de un best-seller como LOS CUARENTA DÍAS DEL MUSA DAGH DE WERFEL. Ya en la Primera Guerra Mundial los turcos –el movimiento llamado de los Jóvenes Turcos, dirigido por Enver Pachá y Taleat Pachá- habían asesinado a más de un millón de armenios. Como es bien sabido, altas autoridades militares alemanas e incluso jerarquías del gobierno tuvieron noticia de la matanza, pero guardaron un estricto silencio al respecto. El genocidio hunde sus raíces en esa resurrección del nacionalismo agresivo que tuvo lugar en muchos países desde finales del siglo XIX.

No es posible sustraerse a la consideración de que el descubrimiento de la bomba atómica, que puede aniquilar literalmente de un solo golpe a centenares de miles de personas, pertenece al mismo contexto histórico que el genocidio. El crecimiento brusco de la población es denominado hoy con preferencia “explosión demográfica”. Parece como si la fatalidad histórica tuviera preparadas, para frenar la explosión demográfica, unas contraexplosiones: la matanza de pueblos enteros. Esto sólo para indicar hasta qué punto las fuerzas entre las que hay que actuar son las del curso de la historia mundial.

* Para leer el texto completo: La Educación después de Auschwitz.


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