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24 ago 2009

Emile Durkheim, enseñanza de la moral laica en la escuela


Así se titula el último apartado de la conferencia dictada en una escuela de Auteril, a fines de la primera década del siglo XX.

Desde fines del siglo XIX Francia se encontraba en un proceso de laicización de su educación. En este contexto la cuestión de la enseñanza moral era una materia que preocupaba a los funcionarios del estado galo ya que hasta ese momento la educación moral era propiedad de la Iglesia.

Precisamente el texto de Durkheim –la traducción de una conferencia suya brindada en una escuela de Auteril a fines de la primera década del siglo XX- pretende demostrar que es posible separar la moral de sus preceptos religiosos.


Emile Durkheim nació en Francia el 15 de abril de 1858. A pesar de haberse criado en el seno de una familia religiosa, su vida y sus trabajos teóricos estuvieron atravesados por una cosmovisión secular. En 1879 ingresó a la Escuela Normal Superior donde fue compañero de quienes serían destacadas figuras de la intelectualidad francesa, allí se graduó en filosofía en 1882.

Su teoría sociológica se basó en la idea que postulaba la existencia de fenómenos previos a la conciencia individual, los denominó hechos sociales: "Modos de actuar, pensar y sentir externos al individuo, y que poseen un poder de coerción en virtud del cual se imponen a él".

Esta concepción de lo social lo condujo a la necesidad de delinear un método para su estudio, basado en dos principios fundamentales que sentaron las bases de la sociología como disciplina científica: desechar todas las ideas preconcebidas y definir el hecho social; segmentarlo y proceder luego a la recopilación de datos que estén relacionados con éste.

Murió en París el 15 de noviembre de 1917 a causa de la profunda tristeza que le provocó la muerte de su hijo.

En sus principales obras figuran La división del trabajo social (1893), Las reglas del método sociológico (1895); El suicidio (1897). De manera póstuma se editaron dos trabajos dedicados a la cuestión educativa: Educación y sociología (1924), La educación: su naturaleza, su función (1928).


Enseñanza de la moral laica en la escuela.

La enseñanza de la moral se hace entonces posible. Se acaba la enseñanza puramente libresca. La enseñanza consiste en hacer ver una realidad, hacerla tocar con el dedo. Enseñar las ciencias, es enseñar algo real. Enseñar la moral, es mostrar cómo la moral se relaciona con una cosa real. Con frecuencia estamos obligados a dejar estas ideas en el aire, no vemos con qué se relacionan. En efecto esta realidad existe. Ustedes pueden hacérsela ver a los niños. Hay allí todo un mundo que les permitimos ignorar y en el cual hay que hacerles penetrar. Les hacemos descubrir el mundo físico, pero no les decimos nada del mundo social. Podemos servirnos de la historia para mostrarles los lazos que nos unen al mundo. Estos lazos dominan nuestra vida, pero no son lazos materiales que podamos tocar. No siempre los sentimos, por lo tanto los negamos. Debemos abrir los ojos del pensamiento que hagan ver cómo, por el solo hecho de que los hombres vivan juntos, dependen de otras cosas además de ellos mismos.

No hay enseñanza más importante. He aquí cómo las enseñanzas que se desprenden de la vida real pueden preparar desde ya la primera formación de esta idea moral. Podemos hacerle ver al niño que él es diferente cuando está en grupo que cuando está solo. Podemos hacerle ver cómo, cuando está desanimado, encuentra el ánimo; que cuando está solo, no es lo mismo que cuando está con sus compañeros. Hay sobre todo una enseñanza de la historia que debería servir precisamente para hacer ver el significado de esta realidad social. Podemos indicarles lo que los hombres eran antiguamente, cómo estaban ligados a una agrupación, cómo cada generación determina la siguiente. De esta manera le haremos descubrir al niño todo ese mundo del pasado, nuevo para él y para el cual sus sentidos no están aún ejercitados. La enseñanza misma de las ciencias es útil desde este punto de vista, pues no crean que el hombre es el único que vive en grupo. Todo el universo no es más que una inmensa sociedad de la cual cada cuerpo celeste es una parte. El átomo atrae al átomo, la célula atrae a la célula. Hemos dicho que el cuerpo humano no es más que una asociación de células. Esta ley de grupos domina el universo entero. Hay aquí ideas muy simples y nada complejas que pueden ser presentadas de forma muy elemental. Toda la enseñanza debería desarrollar esas ideas. Si ella no lo puede hacer, no hay nada qué hacer en la enseñanza de la moral.

Para que la enseñanza de la moral sea posible, debemos mantener intacta la noción de sociedad. Debemos sostener que la sociedad es la condición misma de la civilización y de la humanidad. Y puesto que la patria no es otra cosa que la sociedad más organizada, ustedes entreverán que negar la patria no es simplemente suprimir ciertas ideas recibidas: es atentar contra la fuente misma de la vida moral.

Creemos que podemos oponer la patria a la humanidad. Esto es el resultado de un enorme error. El grupo más constituido, el más elevado, es la sociedad política, es decir la patria. Con seguridad sé muy bien cuáles son los sentimientos nobles que subyacen a esta negación de la patria. Puesto que la maquinaria social es una maquinaria pesada, no evoluciona siempre a la medida de nuestros deseos. La sociedad, tal como ella es, aparece como un obstáculo a las almas ardientes, enamoradas del ideal. Nada más humano que querer despejar el obstáculo. Y he aquí cómo, bajo la influencia de sentimientos generosos, llegamos a la conclusión de que la sociedad actual es un enemigo que hay que vencer y del cual hay que deshacerse a cualquier precio. No trataré de frenar en ustedes estos ardores generosos si ustedes los sienten. Creo, por el contrario, que no hay lugar para atenuarlos arbitrariamente; y si, por casualidad, estos ardores pueden ser algo excesivos, me remito al contacto con la realidad para ofrecerles, lo antes posible, los atenuantes necesarios. No se trata de protestar contra esos sentimientos, pero lo que yo quisiera hacerles comprender es que esos sentimientos son muy violentos y que se vuelven contra ellos mismos.

En suma, ¿quién crea esas nuevas ideas? Es la sociedad. Debemos entonces interesarnos por ella para alcanzarlas. A ella le debemos la poca justicia que tenemos. Es sólo a ella que podemos exigirle la justicia más elevada a la cual aspiramos. Si buscamos destruir nuestra patria, negarla, buscaremos destruir el instrumento necesario para las transformaciones que podemos esperar. Esta destrucción de la patria que soñamos no ha sido siempre un sueño. Ella se realizó ya anteriormente. Existió un momento en el cual todas las patrias decayeron. Todas las sociedades que componían el Imperio romano destruido por las invasiones de los bárbaros no sucumbieron. Pero ¿qué es lo que resultó de esta subdivisión al infinito? Un inmenso retroceso de la civilización. La Edad Medía no fue más que un período de tinieblas. La destrucción de la patria no podría tener otros resultados. Yo no sé si sería posible impedir que las violencias se produzcan; tal vez en el futuro jugarán un papel como el que han tenido en el pasado, pero más repulsivo. Es posible que un día u otro haya una nueva Edad Media, pero es necesario que sea menos larga, menos tenebrosa que la nuestra.

La sociedad presente ama la de ayer y aquella del mañana que la sociedad de ayer y la de hoy llevan a cuestas. Y si el alumbramiento es doloroso, laborioso, esta es una razón para ayudarla en su trabajo y no irnos contra ella. Hay que amarla en sus miserias, pues como hace parte de nuestro ser moral en todas nuestras fibras, sus miserias son también las nuestras; sus sufrimientos son también los nuestros. No es posible que nos dejemos ir contra ella por un arrebato violento sin que nos causemos daño y nos destrocemos a nosotros mismos.

Fuente: Revista colombiana de Educación.


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