Mucho se ha dicho y escrito sobre los diálogos de Platón (-428/-347), influidos notoriamente por Sócrates, de quien fue su discípulo a los veinte años -aunque, dicen las malas lenguas helénicas que no formó parte de su círculo íntimo y a quien convertiría en el protagonista central de sus ficciones filosóficas.
Poco, entonces, podríamos agregar aquí. Recurrimos a él y a un fragmento del célebre "El Menón, Diálogo sobre la virtud", para traer al presente el demoledor método explicativo -¿y persuasivo?- de Sócrates.
Leído con atención -este u otro de los tantos diálogos tramados por el filósofo-, ilustran una clase perfecta: la pregunta curiosa del que no sabe, la repregunta del maestro, las respuestas de los saberes no sistematizados por parte del alumno (que ejemplifica a partir de su experiencia directa), las sucesivas preguntas magistrales para procurar sistematizar y conceptualizar el tema en debate.
Se nos podrá decir que tal método, la "mayéutica", sólo es válido en un universo restringido: con pocos alumnos .
Con todo, un docente puede disfrutar de la ficción de Sócrates o mejor dicho, de la ironía socrática, la que le permite fingir que no sabe de qué va la cosa para obligar al otro a revelar lo que sabe y, sobre todo, para que, como un tábano, la duda y la contradicción golpeen en su espíritu. ¿No es ese el propósito de toda enseñanza?
Menón, o De la virtud.
Menón: (...) Pero, ¿será cierto, Sócrates, que no sepas lo que es la virtud? ¿Es posible que, al volver a nuestro país tuviéramos que hacer pública allí tu ignorancia sobre este punto?
Sócrates: No sólo eso, mi querido amigo, sino que tienes que añadir que yo no he encontrado aún a nadie que lo sepa, a juicio mío.
Menón: ¿Cómo? ¿No viste a Gorgias cuando estuvo aquí?
Sócrates: Sí.
Menón: ¿Y crees que él no lo sabía?
Sócrates: No tengo mucha memoria, Menón; y así no puedo decirte en este momento qué juicio formé de él entonces. Pero quizá sabe lo que es la virtud y tú sabes lo que él decía. Recuerda, pues, sus discursos sobre este punto. Si no te prestas a esto, dime tú mismo lo que es la virtud, porque indudablemente en este asunto tienes las mismas opiniones que él.
Menón: Sí.
Sócrates: Dejemos en paz a Gorgias, puesto que está ausente. Pero tú, Menón, en nombre de los dioses, ¿en qué haces consistir la virtud? Dímelo; no me prives de este conocimiento, a fin de que, si me convenzo de que Gorgias y tú sabeis lo que es la virtud, tenga que confesar que, por fortuna, he incurrido en una falsedad cuando he dicho que aún no he encontrado a nadie que lo supiese.
Menón: La cosa no es difícil de explicar, Sócrates. ¿Quieres que te diga, por lo pronto, en qué consiste la virtud del hombre? Nada más sencillo: consiste en estar en posición de administrar los negocios de su patria; y administrando, hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos, procurando, por su parte, evitar todo sufrimiento. ¿Quieres conocer en qué consiste la virtud de una mujer? Es fácil definirla. EI deber de una mujer consiste en gobernar bien su casa, vigilar todo lo interior, y estar sometida a su marido.
También hay una virtud propia para los jóvenes, de uno y otro sexo, y para los ancianos; la que conviene al hombre libre, también es distinta de la que conviene a un esclavo, en una palabra, hay una infinidad de virtudes diversas. Ningún inconveniente hay en decir lo que es la virtud, porque cada profesión, cada edad, cada acción, tiene su virtud particular. Creo, Sócrates, que lo mismo sucede respecto al viejo.
Sócrates: Gran fortuna es la mía, Menón, porque, cuando sólo voy en busca de una sola virtud, me encuentro con todo un enjambre de ellas. Pero sirviéndome de esta imagen, tomada de los enjambres, si habiéndote preguntado cuál es la naturaleza de la abeja, y respondiéndome tú que hay muchas abejas y de muchas especies; qué me hubieras contestado si, entonces, te hubiera yo dicho: ¿es a causa de su calidad de abejas por lo que dices que existen en gran número, que son de muchas especies y diferentes entre sí? ¿O no difieren en nada, como abejas, y sí en razón de otros conceptos, por ejemplo, de la belleza, de la magnitud o de otras cualidades semejantes? Dime, ¿cuál hubiera sido tu respuesta a esta pregunta?
Menón: Diría que las abejas, como abejas, no difieren unas de otras.
Sócrates: Y si yo hubiera replicado: Menón, dime, te lo suplico, en qué consiste que las abejas no se diferencien entre sí y sean todas una misma cosa, ¿Podrías satisfacerme?
Menón: Sin duda.
Sócrates: Pues lo mismo sucede con las virtudes. Aunque haya muchas y de muchas especies, todas tienen una esencia común, mediante la cual son virtudes; y el que ha de responder a la persona que sobre esto le pregunte, debe fijar sus miradas en esta esencia para poder explicar lo que es la virtud. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Menón: Se me figura que lo comprendo; sin embargo, no puedo penetrar, como yo querría, en todo el sentido de la pregunta.
Sócrates: ¿Sólo respecto a la virtud, Menón, crees tú que es una para el hombre, otra para la mujer, y así para todos los demás? ¿O crees que lo mismo sucede respecto a la salud, a la magnitud, a la fuerza? ¿Te parece que la salud de un hombre sea distinta que la salud de una mujer? ¿O bien que la salud, donde quiera que se halle, ya sea en un hombre, ya en cualquiera otra cosa, en tanto que salud, es en todo caso de la misma naturaleza?
Menón: Me parece que la salud es la misma para la mujer que para el hombre.
Sócrates: ¿No dirás otro tanto de la magnitud y de la fuerza; de suerte que la mujer que sea fuerte, lo será a causa de la misma fuerza que el hombre? Cuando digo la misma fuerza, entiendo que la fuerza, en tanto que fuerza, no difiere en nada en sí misma, ya se halle en el hombre, ya en la mujer. ¿Encuentras tú alguna diferencia?
Menón: Ninguna.
Sócrates: Y la virtud, ¿será diferente de sí misma en su cualidad de virtud, ya se encuentre en un joven o en un anciano, en una mujer o en un hombre?
Menón: No lo sé, Sócrates; me parece que con esto no sucede lo que con lo demás.
Sócrates: ¡¿Pero cómo?! ¿No has dicho que la virtud de un hombre consiste en administrar bien los negocios públicos, y la de una mujer, en gobernar bien su casa?
Menón: Sí.
Sócrates: ¿Y es posible gobernar una ciudad, una casa, o cualquier otra cosa, si no se administra conforme a las reglas de la sabiduría y de la justicia?
Menón: No, verdaderamente.
Sócrates: Pero si la administra de una manera justa y sabía, ¿no serán gobernadas por la justicia y la sabiduría?
Menón: Necesariamente.
Sócrates: Luego la mujer y el hombre, para ser virtuosos, tienen necesidad de las mismas cosas, a saber: de la justicia y de la sabiduría.
Menón: Es evidente.
Sócrates: Y el joven y el anciano, si son desarreglados e injustos ¿serán virtuosos?
Menón: No, ciertamente.
Sócrates: Luego, para esto es preciso que sean sabios y justos.
Menón: Sí.
Sócrates: Luego todos los hombres son virtuosos de la misma manera, puesto que lo son mediante la posesión de las mismas cosas.
Menón: Sin duda.
Sócrates: Por lo tanto, puesto que existe para todos una misma virtud, trata de decirme y de recordar en qué la hacéis consistir Gorgias y tú. (...)
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