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1 oct 2009

Isaac Asimov. Escuelas eran las de antes.


Isaac Asimov, nació en 1920, en Petrovichi -un pueblo de la naciente URSS-, pero tres años después su familia se mudaba a un barrio de Brooklin, en los Estados Unidos. Fue doctor en química, pero su fama mundial la alcanzó por sus novelas y cuentos de ciencia ficción. Isaac Asimov, quien en su vida privada le temía a los lugares abiertos y a las alturas, tramó historias de ficción científica donde hasta los robots tenían sus propios códigos de conducta y donde los mundos interestelares colapsan y renacen de su propia destrucción.

Fotografia de Isaac Asimov

Sus ocho horas diarias, los siete días de la semana, dieron como resultado una producción enormemente prolífica. Si algo caracterizaba a Asimov era su desapego para revisar y corregir los textos que lanzaba para publicar. De sus libros se destacan "Trilogía de la Fundación" (1951-53), "Yo, Robot" (1950), "Los límites de la Fundación" (1982). Entre sus principales obras científicas se encuentran la "Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología" (1964) y "Nueva Guía de la Ciencia" (1984).

En "Cuánto nos divertíamos", nos encontramos en 2157, una época en la que los libros han dejado de existir y las escuelas -tal como las conocemos actualmente- desaparecieron hace rato para ser reemplazadas por maestros autómatas que, en cada casa, imparten a los alumnos las respuestas ya programadas y adecuadas a su edad. Entonces, Tommy, de 13 años, desempolva un viejo libro del abuelo de su abuelo, donde se cuenta una historia sobre las escuelas de antes. El cuento no es más que la explicación del chico a Margie, de 11 años, que no entiende cómo a alguien le puede interesar una historia sobre la escuela y, menos aún, puede comprender cómo en alguna época pasada los maestros eran... seres humanos.

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Cuánto nos divertíamos (fragmento).

- ¿Dónde lo encontraste?

- En mi casa -Tommy señaló sin mirar, porque estaba ocupado leyendo en el ático.

- ¿De qué se trata?

- De la escuela.

- ¿De la escuela? ¿Qué se puede escribir sobre la escuela? Odio la escuela.

Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora más que nunca. El maestro automático le había hecho un examen de geografía tras otro y los resultados eran cada vez peores. La madre de Margie había sacudido tristemente la cabeza y había llamado al inspector del condado. Era un hombrecillo regordete y de rostro rubicundo, que llevaba una caja de herramientas con perillas y cables. Le sonrió a Margie y le dio una manzana; luego, desmanteló al maestro. Margie esperaba que no supiera ensamblarlo de nuevo, pero sí sabía, y, al cabo de una hora, allí estaba de nuevo, grande, negro y feo, con una enorme pantalla donde se mostraban las lecciones y aparecían las preguntas. Eso no era tan malo. Lo que más odiaba Margie era la ranura donde debía insertar las tareas y las pruebas. Siempre tenía que redactarlas en un código que le hicieron aprender a los seis años, y el maestro automático calculaba la calificación en un santiamén.

El inspector sonrió al terminar y acarició la cabeza de Margie.

- No es culpa de la niña, señora Jones -le dijo a la madre-. Creo que el sector de geografía estaba demasiado acelerado. A veces ocurre. Lo he sintonizado en un nivel adecuado para los diez años de edad. Pero el patrón de progresos es muy satisfactorio.- y acarició de nuevo la cabeza de Margie.

Margie estaba desilusionada. Había abrigado la esperanza de que se llevaran al maestro. Una vez, se llevaron el maestro de Tommy durante todo un mes porque el sector de historia se había borrado por completo.

Así que le dijo a Tommy:

- ¿Quién querría escribir sobre la escuela?

Tommy la miró con aire de superioridad.

- Porque no es una escuela como la nuestra, tonta. Es una escuela como la de hace cientos de años.- Y añadió altivo, pronunciando la palabra muy lentamente-: Siglos.

Margie se sintió dolida.

- Bueno, yo no sé qué escuela tenían hace tanto tiempo.- Leyó el libro por encima del hombro de Tommy y añadió-: De cualquier modo, tenían maestro.

- Claro que tenían maestro, pero no era un maestro normal. Era un hombre.

- ¿Un hombre? ¿Cómo puede ser un hombre ser maestro?

- Él les explicaba las cosas a los chicos, les daba tarea y les hacía preguntas.

- Un hombre no es lo bastante listo.

- Claro que sí. Mi padre sabe tanto como mi maestro.

- No es posible. Un hombre no puede saber tanto como un maestro.

- Te apuesto que sabe casi lo mismo.

Margie no estaba dispuesta a discutir sobre eso.

- Yo no querría que un hombre extraño viniera a casa a enseñarme.

Tommy soltó una carcajada.

- Qué ignorante sos, Margie. Los maestros no vivían en la casa. Tenían un edificio especial y todos los chicos iban allí.

- ¿Y todos aprendían lo mismo?

- Claro, siempre que tuvieran la misma edad.

- Pero mi madre dice que a un maestro hay que sintonizarlo para adaptarlo a la edad de cada niño al que enseña y que cada chico debe recibir una enseñanza distinta.

- Pero antes no era así. Si no te gusta, no tenés por qué leer el libro.

- No dije que no me gustara -se apresuró a decir Margie.

Quería leer todo eso de las extrañas escuelas.

Aún no habían terminado cuando la madre de Margie llamó:

- ¡Margie! ¡Escuela!

Margie alzó la vista.

- Todavía no, mamá.

- ¡Ahora! -chilló la señora Jones-. Y también debe ser la hora de Tommy.

- ¿Puedo seguir leyendo el libro con vos después de la escuela? -le preguntó Margie a Tommy.

- Tal vez -dijo él con petulancia, y se alejó silbando, con el libro viejo y polvoriento debajo del brazo.

Margie entró en el aula. Estaba al lado del dormitorio, y el maestro automático se hallaba encendido ya y esperando. Siempre se encendía a la misma hora todos los días, excepto sábados y domingos, porque su madre decía que las niñas aprendían mejor si estudiaban con un horario regular.

La pantalla estaba iluminada.

- La lección de aritmética de hoy -habló el maestro- se refiere a la suma de quebrados propios. Por favor, inserta la tarea de ayer en la ranura adecuada.

Margie obedeció, con un suspiro. Estaba pensando en las viejas escuelas que había cuando el abuelo del abuelo era un chiquillo. Asistían todos los chicos del vecindario, se reían y gritaban en el patio, se sentaban juntos en el aula, regresaban a casa juntos al final del día. Aprendían las mismas cosas, así que podían ayudarse con los deberes y hablar de ellos.

Y los maestros eran personas....

La pantalla del maestro automático centelleó.

- Cuando sumamos las fracciones 1/2 y 1/4...

Margie pensaba que los niños debían de adorar la escuela en los viejos tiempos. Pensaba en cuánto se divertían.

Isaac Asimov, "Cuánto nos divertíamos", en Cuentos completos I, Bs.As., Editorial Nova.

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