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28 ene 2010

Kant, la educación es un arte


La filosofía occidental tiene en Kant, quizá, al más grande de sus representantes. Hacia el final de su vida, el fundador del idealismo alemán reflexionó acerca de la importancia de la educación para un desarrollo de la humanidad hacia un estado perfecto.
 
De allí que sostenga que sólo a través de “la educación el hombre puede llegar a serlo que es”.


Nacido en Konigsberg, Prusia oriental, el 22 de abril de 1724, Immanuel Kant fue sin lugar a dudas uno de los más importantes filósofos de la historia. Interesado en principio por la teología, producto quizás de haber sido criado en un hogar pietista, luego se aboca al estudio de las matemáticas, la física newtoniana, las ciencias naturales y la filosofía. 

En 1755 obtiene el título de Doctor en Filosofía con una disertación titulada “Sobre el fuego”, en 1770 toma posesión de la cátedra de Lógica y Metafísica en la Universidad de Konigsberg con la famosa disertación “Sobre la forma y principios del mundo sensible e intelegible”, considerada como el inicio del denominado período crítico de su pensamiento, en el cual Kant desarrollará su propio sistema filosófico. Con la publicación, en 1781, de la Crítica de la Razón Pura, quizás su obra más importante, Kant sienta las bases de su crítica a las dos escuelas filosóficas dominantes de su época, el racionalismo y el empirismo. Allí intenta una síntesis superadora de ambas corrientes, estableciendo aquello que el hombre puede conocer y afirmando que el conocimiento no es exclusivo de la experiencia sensible, sino que, por el contrario, el sujeto le imprime a la realidad una serie de categorías para poder comprenderla. 

La otra gran preocupación de Kant era la moral o, lo que es lo mismo, encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué debo hacer? En consonancia con el espíritu de la Ilustración, dominante en gran parte de Europa por esa época y del cual Kant era gran admirador, el camino para encontrar esa respuesta era el de la razón. Y Kant lo emprendió con su segunda gran obra la Crítica de la razón práctica. 



Para Kant es necesario un principio moral a priori, derivado de la razón humana, que establezca los principios de la acción producto de la voluntad del ser humano. Kant denomina este principio moral imperativo categórico, y puede resumirse en una de sus frases más célebres “obra sólo de acuerdo con la máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley universal”. El imperativo categórico no determina lo que el hombre debe querer, sino cómo debe quererlo. Y tal vez aquí residan los motivos que llevaron a Kant a reflexionar sobre la educación ¿cómo educar al hombre para que actúe conforme a este imperativo? ¿quiénes deben llevar a cabo esta actividad? ¿cuál debe ser el fin de toda pedagogía? 

Las respuestas a las preguntas anteriores, Kant las brinda en una serie de lecciones publicadas bajo el título Tratado de Pedagogía o Sobre Pedagogía, donde el filósofo reflexiona sobre la importancia de la racionalización de la educación para el perfeccionamiento del hombre y de la sociedad. Kant parte de considerar a la educación y al gobierno como las artes más difíciles para el hombre. La dificultad está dada porque la naturaleza no nos ha proporcionado el instinto necesario para ninguna de ellas, y porque el ser humano es la única criatura que necesita de educación – instrucción y disciplina- además de cuidado. La educación es un arte porque únicamente por su intermedio, afirma Kant, el hombre llega a ser hombre y la especie humana puede alcanzar su perfección.

Entonces, la educación está dirigida al desarrollo de una serie de disposiciones naturales que el hombre posee. Pero, a diferencia de los animales, el hombre no puede hacerlo solo, de allí la importancia otorgada por Kant al diseño e implementación de una pedagogía razonada –en contraposición a la mecánica llena de ensayos y errores y practicada en el ámbito doméstico por los padres- donde el objetivo de la educación no esté puesto en el mundo presente tal como es, sino en un mejor porvenir, ya que “una buena educación es precisamente el origen de todo el bien en el mundo”. El problema que se le presenta aquí a Kant es decidir en quién depositar la responsabilidad de la tarea educativa (¿en el príncipe o en los súbditos?). 

Según su parecer, los príncipes sólo tienen en vista el bien del Estado, no una mejor condición para la humanidad, y consideran a sus súbditos meros instrumentos; en cuanto a los padres, sólo se preocupan de que sus hijos prosperen en el mundo. “Los padres cuidan de la casa, los príncipes del estado”. De ahí que considere que la tarea educativa, necesariamente universal y cosmopolita, y la organización de las escuelas dependa de las personalidades más ilustradas e interesadas en “un mundo mejor y capaces de concebir la idea de un estado futuro más perfecto”. Para esto deberán procurar el desenvolvimiento de la humanidad y que ésta, además de ser hábil, llegue a ser moral, que sepa distinguir lo bueno de lo malo, y, lo más difícil: que las generaciones futuras superen lo que sus maestros han sido. 

A continuación, reproducimos dos fragmentos de Sobre Pedagogía (texto completo aquí ) donde Kant desarrolla alguna de las cuestiones mencionadas.

“Únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es, sino lo que la educación lo hace ser. Se ha de observar que el hombre no es educado más que por hombres, que igualmente están educados. De aquí, que la falta de disciplina y de instrucción de algunos, los hace también, a su vez, ser malos educadores de sus alumnos. Si un ser de una especie superior recibiera algún día nuestra educación, veríamos entonces lo que el hombre pudiera llegar a ser. Pero como la educación, en parte, enseña algo al hombre y, en parte, lo educa también, no se puede saber hasta dónde llegan sus disposiciones naturales. Si al menos se hiciera un experimento con el apoyo de los poderosos y con las fuerzas reunidas de muchos, nos aclararía esto lo que puede el hombre dar de sí. Pero es una observación tan importante para un espíritu especulativo, como triste para un amigo del hombre, ver cómo los poderosos, la mayor parte de las veces, no se cuidan más que de sí y no contribuyen a los importantes experimentos de la educación, para que la naturaleza avance un poco hacia la perfección. No hay nadie que haya sido descuidado en su juventud, que no comprenda, cuando viejo, en qué fue abandonado, bien sea en disciplina, bien en cultura (que así puede llamarse la instrucción). 

El que no es ilustrado es necio, quien no es disciplinado es salvaje. La falta de disciplina es un mal mayor que la falta de cultura; ésta puede adquirirse más tarde, mientras que la barbarie no puede corregirse nunca. Es probable que la educación vaya mejorándose constantemente, y que cada generación dé un paso hacia la perfección de la humanidad; pues tras la educación está el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana. Desde ahora puede ocurrir esto; porque se empieza a juzgar con acierto y a ver con claridad lo que propiamente conviene a una buena educación. Encanta imaginarse que la naturaleza humana se desenvolverá cada vez mejor por la educación, y que ello se puede producir en una forma adecuada a la humanidad. Descúbrese aquí la perspectiva de una dicha futura para la especie humana.” “El hombre puede considerar como los dos descubrimientos más difíciles: el arte del gobierno y el de la educación y, sin embargo, se discute aún sobre estas ideas. ¿Por dónde, pues, empezaremos el desenvolvimiento de las disposiciones humanas? ¿Debemos partir del estado inculto, o por uno ya cultivado? 

Es difícil imaginarse un desarrollo partiendo de la barbarie (por esto lo es también el concepto de los primeros hombres), y vemos que, iniciándose aquél en semejante estado, se ha vuelto siempre a caer en la animalidad, y que otra vez se han necesitado numerosos esfuerzos para elevarse. En los más antiguos informes escritos dejados por pueblos muy civilizados, encontramos que estaban en una gran proximidad a la barbarie -¿y qué grado de cultura no supone ya el escribir?- tanto que respecto al hombre civilizado, se podría llamar al comienzo del arte de la escritura el principio del mundo. 

Toda educación es un arte, porque las disposiciones naturales del hombre no se desarrollan por sí mismas. La Naturaleza no le ha dado para ello ningún instinto. Tanto el origen como el proceso de este arte es: o bien mecánico, sin plan, sujeto a las circunstancias dadas, o razonado. El arte de la educación, se origina mecánicamente en las ocasiones variables donde aprendemos si algo es útil o perjudicial al hombre. Todo arte de la educación que procede sólo mecánicamente, ha de contener faltas y errores, por carecer de plan en que fundarse. El arte de la educación o pedagogía, necesita ser razonado, si ha de desarrollar la naturaleza humana para que pueda alcanzar su destino. Los padres ya educados son ejemplos, conforme a los cuales se educan sus hijos, tomándolos por modelo. Si éstos han de llegar a ser mejores, preciso es que la Pedagogía sea una disciplina; si no, nada hay que esperar de ellos, y los mal educados, educarán mal a los demás. En el arte de la educación se ha de cambiar lo mecánico en ciencia: de otro modo, jamás sería un esfuerzo coherente, y una generación derribaría lo que otra hubiera construido. 

Un principio del arte de la educación, que en particular debían tener presente los hombres que hacen sus planes es que no se debe educar los niños conforme al presente, sino conforme a un estado mejor, posible en lo futuro, de la especie humana; es decir, conforme a la idea de humanidad y de su completo destino. Este principio es de la mayor importancia. Los padres, en general, no educan a sus hijos más que en vista del mundo presente, aunque esté muy corrompido. Deberían, por el contrario, educarles para que más tarde pudiera producirse un estado mejor. Pero aquí se encuentran dos obstáculos: 

a) Los padres sólo se preocupan, ordinariamente, de que sus hijos prosperen en el mundo, y

b) los príncipes no consideran a sus súbditos más que como instrumentos de sus deseos. 

Los padres, cuidan de la casa; los príncipes, del Estado. Ni unos ni otros se ponen como fin un mejor mundo (Weltbeste), ni la perfección a que está destinada la humanidad y para lo cual tiene disposiciones. Las bases de un plan de educación han de hacerse cosmopolitamente. ¿Es que el bien universal es una idea que puede ser nociva a nuestro bien particular? De ningún modo; pues aunque parece que ha de hacerse algún sacrificio por ella, se favorece, sin embargo, el bien de su estado actual. Y entonces, ¡qué nobles consecuencias le acompañan! 

Una buena educación es precisamente el origen de todo el bien en el mundo. Es necesario que los gérmenes que yacen en el hombre sean cada vez más desarrollados; pues no se encuentran en sus disposiciones los fundamentos para el mal. La única causa del mal es el no someter la Naturaleza a reglas. En los hombres solamente hay gérmenes para el bien. ¿De dónde debe venir, pues, el mejor estado del mundo? ¿De los príncipes o de los súbditos? ¿Deben éstos mejorarse por sí mismos y salir al encuentro, en medio del camino, de un buen gobierno? Si los príncipes deben introducir la mejora, hay que mejorar primero su educación; porque durante mucho tiempo se ha cometido la gran falta de no contrariarles en su juventud. 

El árbol plantado solo en un campo, crece torcido y extiende sus ramas a lo lejos; por el contrario, el árbol que se alza en medio de un bosque, crece derecho por la resistencia que le oponen los árboles próximos, y busca sobre sí la luz y el sol. Lo mismo ocurre con los príncipes. Sin embargo, es mejor que los eduque uno de sus súbditos, que uno de sus iguales. Sólo podemos esperar que el bien venga de arriba, cuando su educación sea la mejor. Por esto, lo principal aquí son los esfuerzos de los particulares, y no la cooperación de los príncipes, como pensaban Basedow y otros; pues la experiencia enseña que no tienen tanto a la vista un mejor mundo como el bien del Estado, para poder alcanzar así sus fines. Cuando dan dinero con este propósito hay que atenerse a su parecer, porque trazan el plan. Lo mismo sucede en todo lo que se refiere a la cultura del espíritu humano y al aumento de los conocimientos del hombre. El poder y el dinero no los crean, a lo más, los facilitan; aunque podrían producirlos, si la economía del Estado no calculara los impuestos únicamente para su caja. Tampoco lo han hecho hasta ahora las Academias, y nunca ha habido menos señales que hoy de que lo hagan. Según esto, la organización de las escuelas no debía depender más que del juicio de los conocedores más ilustrados. 

Toda cultura empieza por los particulares, y de aquí se extiende a los demás. La aproximación lenta de la naturaleza humana a su fin, sólo es posible mediante los esfuerzos de las personas de sentimientos bastante grandes para interesarse por un mundo mejor, y capaces de concebir la idea de un estado futuro más perfecto. No obstante, aún hay más de un príncipe que sólo, considera a su pueblo, poco más o menos, como una parte del reino natural, que no piensa sino en reproducirse. Le desea, a lo más, cierta habilidad, pero solamente para poder servirse de él, como mejor instrumento, de sus propósitos. Los particulares, sin duda, han de tener presente, en primer lugar, el fin de la naturaleza; pero necesitan mirar, sobre todo, el desenvolvimiento de la humanidad, y procurar que ésta no sólo llegue a ser hábil, sino también moral y, lo que es más difícil, tratar de que la posteridad vaya más allá de lo que ellos mismos han ido. Por la educación, el hombre ha de ser, pues: 

a) Disciplinado. Disciplinar es tratar de impedir que la animalidad se extienda a la humanidad, tanto en el hombre individual, como en el hombre social. Así, pues, la disciplina es meramente la sumisión de la barbarie.

b) Cultivado. La cultura comprende la instrucción y la enseñanza. Proporciona la habilidad, que es la posesión de una facultad por la cual se alcanzan todos los fines propuestos. Por tanto, no determina ningún fin, sino que lo deja a merced de las circunstancias. Algunas habilidades son buenas en todos los casos; por ejemplo, el leer y escribir; otras no lo son más que para algunos fines, por ejemplo, la música. La habilidad es, en cierto modo, infinita por la multitud de los fines. 

c) Es preciso atender a que el hombre sea también prudente, a que se adapte a la sociedad humana para que sea querido y tenga influencia. Aquí corresponde una especie de enseñanza que se llama la civilidad. Exige ésta buenas maneras, amabilidad y una cierta prudencia, mediante las cuales pueda servirse de todos los hombres para sus fines. Se rige por el gusto variable de cada época. Así, agradaban aún hace pocos años las ceremonias en el trato social. 

d) Hay que atender a la moralización. El hombre no sólo debe ser hábil para todos los fines, sino que ha de tener también un criterio con arreglo al cual sólo escoja los buenos. 

Estos buenos fines son los que necesariamente aprueba cada uno y que al mismo tiempo pueden ser fines para todos.

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